La eterna lucha contra la tradición

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Gente Insoportable

4 diciembre, 2025

Me encontré con tanto tiempo libre que le dije a India Florece de ir a un recital, así de simple. India Florece (también conocido como Juampi) es un chico de Buenos Aires que también fue alumno mío de japonés. El tipo tiene veintisiete y es músico. Su último disco, Chicas Malas, es una gran propuesta pop de sintes que por momentos desborda humor y por otros viene cargado de mucha épica de neogalán. Consideren esto una invitación a escucharlo. Con él prácticamente no nos conocíamos pero tomando en cuenta las charlas que surgían en el grupito de Zoom de Japonés I sabía que tendríamos bastantes intereses en común. Nos encontramos por primera vez en Ueno, el once japonés, y comimos ramen en una franquicia cuyo nombre no me acuerdo. Esto pasó el sábado pasado. Como él es vegetariano le pedí a la moza que le sacara la carne a su comida. En este sentido India la tiene un toque complicada. Los platos nipones son bastantes variados pero en todos ellos la carne (sea del tipo que sea) es una constante.

En esta ocasión fuimos a Shimokitazawa, una zona a la que todavía no conocía. Bastante alterna a decir verdad. Rodeado de bares y mucha tiendas de ropa de segunda mano, no pude evitar perderme un rato por este nuevo distrito. En las calles se veían varios anuncios de bandas más bien metaleras, cosa que me llamaba la atención porque el ambiente era más bien “alternativo”. Los peatones alrededor estaban muy bien vestidos, pero no es decir mucho en esta ciudad donde todos parecen tener bastante sentido común con las prendas que llevan. La mayoría llevaban ropa “a la coreana” con prendas colores pastel y remeras lisas. Más cerca de mi destino, la zona comenzaba a apagarse. No había más nada salvo casas y cajeros automáticos. El omnipresente silencio de Tokyo volvía a mis oídos mientras esperaba a India a un costado de la calle.

Cuando llegó nos fuimos directo a Shimokitazawa Three; el antro quedaba en el subsuelo de un gran edificio que se perdía entre nubes negras. A pesar de lo imponente de la arquitectura exterior, el lugar era muy pequeño. Esto es algo que mi nuevo cómplice de recitales siempre resaltaba de cada lugar que fuimos pisando. Le sorprendía el hecho de que los japoneses te hacen un local que en otro lado del mundo sería el espacio de un simple depósito. Por otra parte, cada recital parece estar escondido, como un tesoro, y siempre es difícil encontrarlos. Hasta nos costó entrar correctamente porque en un primer intento entramos por la parte de atrás, a punto de colarnos accidentalmente. 

Habremos visto unas cuatro bandas, las personas que estaban allí eran muy jóvenes y vestían muy parecido al “under” de mi querida ciudad. Mucha remera negra y estampas de bandas o películas. Los más grandes lucían alguna que otra campera de cuero sintético. 

Apenas entramos vimos una zona para fumar. Al revés que en nuestro país, acá en la calle no se fuma pero si se puede en interiores. Era un cuartito de tres paredes rojas con un cenicero en el medio. En las paredes izquierdas y derechas dos asientos sobresalían de la pared. Parecía un escenario Lyncheano. Cuando lo vi no sabía si quería fumarme un pucho o conversar con una deidad demoníaca. A la izquierda seguía un pasillo por el que se accedía a la sala donde estaba el escenario y a una pequeña barra. En las paredes había muchos pósters de eventos pasados con tipos en su mayoría de traje y lentes oscuros. Muy poco color en las paredes, pero sobresalía lo bien iluminada que estaba la sala con sus reflectores giratorios ubicados en diversos puntos del techo lazando rayos amarillos, rojos y violetas.

En un costado, entre el escenario y la barra, estaba la zona de merchandising. Vi discos, remeras, fanzines y, lo que más me llamó la atención, encendedores con el nombre de una de las bandas. Casi nunca había nadie atendiendo, pero parecía no importar.

Las bandas estuvieron bien. La mayoría de sus integrantes rondaban entre los veinte y treinta años. A la hora hablar entre tema y tema utilizaban un japonés muy formal como el que se usa en los ámbitos comercial. Hasta uno nos dijo “clientes” y nos agradeció el hecho de estar del otro lado como espectadores. Al final de cada interpretación había un silencio que para mí era inédito en un recital. Cómo que la gente espera hasta que el artista agradece para aplaudir. Los movimientos de los espectadores nipones también son algo extraños para uno que considera el momento del recital como un lugar de desborde. Si alentaban lo hacían moviendo la mano izquierda cerrada en puño como si fuera una arenga izquierdista. Más que un movimiento era un mecanismo. De pogo ni hablemos. Tampoco el género lo ameritaba.

Todas las propuestas se paseaban en la estela de lo que se llama Rock Japonés que es un género en sí mismo como también una bolsa sin fondo donde cualquier bicho entra, tal como pasa con nuestro tan mentado Rock Nacional. El Jrock, como se lo conoce en internet, es una interpretación del género que está muy anclada al rock ochentero de estadio yanqui. Usualmente son dos guitarras, un bajo, voz y batería. Los temas siempre comienzan explosivos, queriendo destacar una fuerte habilidad instrumental de todo el grupo y una gran coordinación ente sí. Abundan en riffs de guitarra con ritmos, según India, mixolidios que no son muy comunes en occidente y su principal tropo, para mi disgusto, es siempre caer en un estribillo sentimental donde el cantante rompe en una voz más emocional y desgarrada. Es un formato que cualquier persona fanática de anime reconoce. Uno puede llegar a pensar que el fin último de ciertos grupos es consagrarse como banda sonora de una serie de moda. 

Otro cliché infaltable es el batero que no suelta el bombo en todos los tiempos del compás; a veces buscando que el público aplauda al ritmo de la percusión. O directamente manteniendo esta decisión en todo el tema musical. También hay otros, como progresiones de acordes muy destacables, pero yo de esas cosas no sé nada de nada. La que si puedo entender es una progresión descendente súper utilizada que va de notas más agudas a más graves. Es decir en vez de DO RE MI  va MI RE DO forzando un efecto dramático que casi siempre le sigue una vuelta más al estribillo pero interpretado con mayor intensidad. 

El problema que encuentro con estos tropos es que se vienen repitiendo desde los dos mil y ya van más de dos décadas con la misma estructura. En estos últimos años volví a ver series japonesas y son pocos los temas que pasan a acompañar mi dieta musical. Pero bueno, supongo que debe gustar mucho en estas tierras.

Lo que vi en este recital fue un poco de estas estructuras apareciendo una y otra vez como un espectro al que se le debe rendir culto cada tanto. Los más jóvenes eran los más disruptivos como suele pasar, pero de pronto aparecía también en ellos un riff enlatado en overdrive o una melodía cursi con olor a ropa vieja. Pero, por otro lado, los que más cuadraban en la tradición del género eran los que mejor sonaban, ya hablaré de eso. Es que la magia de la música de este país está en que sus artistas primero necesitan ser prolijos para luego explotar. Es casi una metáfora de su vida social. Primero soy ciudadano y luego puedo ser yo. Primero cumplo las convenciones y luego puedo expresar parte de mi individualidad. Es como el tipo que me encontré ayer en el supermercado. Un treintón pelado vestido con pollera y camisa de colegiala yendo a comprar comida en silencio. No se salía del eje social, no buscaba llamar la atención, y gracias a eso podía usar cualquier cosa. Es raro entenderlo, pero es así. 

Voy con un repaso por las bandas. Fiel a nuestro estilo sudaca caímos tarde y el evento arrancó hiperpuntual. Como los trenes paran a la medianoche, los eventos comienzan a eso de las siete de la tarde. Por lo visto el primero fue un solista que según Juana, una nueva amiga argentina que conocimos en el local, era del palo indie. Y era tan pero tan indie que solo pude encontrar un perfil de Soundcloud nomás.

El muchacho o la muchacha que no vi se hace llamar 八月のニュース (hachigatsu no nyuusu) que viene a ser traducido como Noticias de Agosto. Y me sorprende el registro pop que tiene porque no tiene nada que ver con el resto de bandas que sí llegué a ver. Mucho teclado ochentoso en una voz que transpira estudio casero por toda sus cuerdas. Busca por un lado ser más bailable, pero también muy sensiblón. Tiene un tema que se llama “Lo que decís dormido/a” que me resultó hermosamente meloso. Está mucho más cercano a la propuesta conocida como hiperpop que vendría a ser una música popular mucho más saturada de digitalidad que las que son consideradas “comerciales”. Las voces cargadas de efectos y los sintetizadores están más cercanos al sonido de una consola de videojuegos que al interior de un boliche. En resumen, nada quiere sonar “real”. A cada tema que le escucho más me entusiasma su propuesta. 

Pero bueno continuemos con lo que sí pude ver esa noche. La primera banda fue la más joven. Se hacen llamar Magical chocomint club y es un trío bajo, bata y guitarra. Eran quizás los más alternativos en su propuesta. Letras repletas de tedio adolescente, el timbre del guitarrista era más cálido mientras que el bajista que también cantaba lo hacia de forma más oscura. Ambos llevaban colgados sus respectivos instrumentos cargados de efectos como para aguantar los trapos cuando el otro se tenía que destacar con algún solo despidiendo la base rítmica del tema. Se van turnando el liderazgo de las canciones entre los dos. Mientras tanto el batero a mitad del show rompió el soporte de los platillos. Por suerte fue socorrido por un sonidista rápidamente. El tipo con su gorrita para atrás salió de las sombras con un nuevo soporte y dejo atrás la tablet por donde manejaba luces, sonido y hasta la música que ponían como intermedio de cada banda. El tipo sinterizaba a todos los dueños de los antros musicales que alguna vez conocí. También vi muchos dobles en el público de gente que frecuenta recitales. Al final nuestro doble está suelto y lo más seguro es que sea ponja. Después de la breve interrupción, nuestro amigo le siguió pegando al instrumento como si fuera una bolsa de boxeo. Al final de las canciones se levantaba de la butaca y daba vueltas en el lugar como excitado. Casi con ganas de tirar unos puñetazos al aire. Esta banda fue la que más me hizo recordar a los recis de mi ciudad. Era un grupito melancólico y trastornado de los que me gustan. Si tuviera que catalogarlos irían en las filas fusiformes del post punk. Ahora que los repaso, viendo sus videoclips quiero decir que su propuesta es hermosa. Tienen carisma. A lo último tocaron su tema más reproducido. Como se nota cuando una banda sabe cuál es su plato fuerte. El tema con el que llama la atención del público. Hasta su pose cambió, ganaron seguridad y firmeza. Como si las anteriores canciones fueran todas una introducción a este solo tema. Dicho todo esto, quisiera escucharlos de nuevo.

Luego llegó Orionbeats que con ese nombre suena más a un productor de hip hop que una banda de rock alternativo más tirando a lo noventero que es lo que son. Se notaban claras referencias al primer Radiohead, el de The Bends más precisamente. Algunas guitarras también me sonaban a los proyectos solistas de Cerati, también, porqué no decirlo. Desbordaban de personalidad al principio. Usaban pistas externas y codificadores de voz. Su sonido en vivo era de lo más sólido. La gente estaba con ellos con sus cortos movimientos de puñito ascendente y descendente. Los argentinos, que eramos cinco en total, eramos los más cebados. Lanzábamos algunos gritos dispersos y aplaudíamos con ganas. Como dije otras veces, el músico es el último bastión de heroísmo que sobrevivió a la posmodernidad. Por eso aunque no sea brillante hay que animarlo. Qué si conecta con su genio musical, ganamos todos. La banda se disfrutó pero sonaba demasiada atrapada en sus influencias. A veces se notaba mucho el peso de la era Mtv con estribillos en inglés “a la japonesa” que muchas veces amenazan con romper nuestros cipayos corazones por sus numerosos sinsentidos. Sin embargo, banco esa honestidad pop. Que cada uno muera en la suya.

Luego siguieron los más famosos de la noche. De pronto el antro se lleno de gente muy entusiasta. La banda se llama 是猫 (Shimao) y apenas los vi pensé que se venía el punk por la apariencia claramente ramonera de los muchachos. Pero no. Eran los más apegados al estereotipo del que hablaba párrafos atrás. Sin embargo eran los más experimentados. Sonaban bien, pero se sentía como escuchar una playlist de openings. Repito igual, sonaban bien. Buenos músicos que tenían todos sus temas bien pulidos, no erraban ni una. 

También ostentaban una actitud agresiva pero sin dejar de ser unos dulces muchachos con flequillos demasiados largos con la que toda mujer japonesa fantasea. Fue en el que más cámaras de celular vi alzadas.  La voz principal tenía un registro agudo y como apoyo el bajista, creo, doblaba la voz en un registro grave bastante discreto. Doblemente bajista el tipo. A pesar que no me atraparon me dejé llevar. Deje mi gusto atrás y me fije más en la ejecución que en las ideas. 

Llegando al final del recital apareció la última banda cuyo nombre es sodeguchi que parece referenciar a las mangas de los trajes de los artistas marciales, que muchas veces se utilizan para derribar al contrincante en judo por ejemplo. Esta banda sufrió por ser la última en salir. La mitad de la gente se fue al final del anterior show. Y ellos, dos chicos y una chica, estaban como apurados en terminar por los nervios producidos por el cambio abrupto en el ambiente. El cantante a la hora de anunciar próximas fechas tartamudeaba. De alguna manera se sentía culpable de algo que no controlaba. Nos agradecía por quedarnos hasta tan tarde demasiada veces. 

La banda en sí no me llamó mucho la atención. Quizás porque ya tenía demasiado con tanta información musical. Tampoco nuestras arengas latinas pudieron hacer mucho como para animar el espíritu del grupo. Escucho a la banda mientras escribo estas líneas y no les encuentro mucho. Son muy nuevos y aún no tienen asentado nada. En YouTube tienen dos videoclips. Uno de hace un año y otro de hace dos meses. Los escuché varias veces y las melodías de sus temas y la voz del muchacho no resaltan demasiado aún. Obvio que también caen en la estela del Jrock pero hay alguna que otra buena idea dando vuelta por ahí que puede ser explotada a futuro. Ojalá me los cruce pronto con mejor ánimo. Me dieron un poco de pena.

Después del recital fuimos a un bar donde supuestamente había jazz pero solo vimos una enorme colección de vinilos en la pared. El lugar estaba lleno, se accedía desde un edificio y estaba en un cuarto piso. Su entrada parecía la de un búnker salido de la serie de videojuegos Fallout. Faltaban los robots nomás. Aparte de eso nos encontramos con bebidas algo caras y una cuenta que nos hizo mella en la economía. Con Juampi conocimos más sobre nuestros amigos argentinos que son oriundos de La Plata. Están de vacaciones por Japón. Muy simpáticos, “del palo”.

Más allá de esta última coda media sosa. La experiencia de mi primer recital en este país me dejo con ganas de más. Espero conocer más bandas. Quiero escuchar a gente que conocí por los bares, gente con propuestas más radicales que las que vi hoy. Pero por el momento me sale decir que no importa el lugar que estés. Siempre habrá un antrito lleno de gente manija, o mejor dicho, gente insoportable como uno. A veces pensamos que nuestros intereses culturales nos separan del resto del universo pero quizás no estamos tan solos como pensamos a veces.

Texto y Registro por Félix Leonel Peralta